20/3/18

Crónica del 8M, casi quince días después.

A mí tampoco me gusta colgarme etiquetas, pero existen algunas con las que me siento especialmente a gusto y no me importa nada cargar con ellas. Por ejemplo: soy feminista.

Yo no lo sabía, pero un (ya lejano) día de principios de 2010, buscando información sobre crianza, una matrona me dijo "pero Cal, ¡eres una neofeminista!". El palabro me dejó un poco descolocada en aquel momento y sólo supe responderle que no me consideraba feminista a lo cual sentenció que sí lo era.

Con mi cartilla de embarazo metida en el bolso, llegué a la minimansión y cavilante me puse a investigar sobre el tema. Primero un poco por encima. Con el transcurso de los años, a conciencia. Tanto es así que en la  Nochebuena de hace un par de años hice un alegato feminista durante la cena que, en fin, tal vez mi tía y mis primas se convencieran de que todas deberíamos ser feministas porque el pasado 8M fueron a la movilización en Barcelona (su primera mani, ¡chispas!).

A mí – circunstancias de la vida – la fecha me pilló en Madrid y puedo decir que corroboro la sensación de haber participado desde dentro en algo histórico. Me he sentido muchas veces orgullosa de ser mujer, pero pocas veces tanto como marchando desde Atocha hasta Plaza de España en comunión con cientos, miles, de mujeres de todo tipo de condición, edad, clase social y afecto político.

Espero y deseo que esto no se quede en una moda. Que si ser feminista de tal o cual manera excluye serlo de tal o cual otra (por ahí, vamos mal). Todas (y todos) tenemos que caminar juntas hacia un objetivo común. Como dijo Rosa Luxemburgo, y yo no voy a ser capaz de expresarlo de mejor manera, por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres.

PD. No les pongo ni una triste foto porque, ehem, ¡estaba en huelga! Me costó sudores fríos no desenfundar a mi viejita Eos en algunos momentos de la marcha. Que lo sepan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario