27/3/18

Echar de menos.

Hace unos años, no sé muy bien porqué, entre mis colegas bremenautas salió una interesante conversación a través de comentarios en el blog sobre personas, objetos, situaciones que echábamos de menos. No recuerdo muy bien los pormenores, pero sí que me acuerdo de que existía consenso en que a veces extrañamos las cosas más inusitadas.

Yo echo en falta el atrio que se formaba accidentalmente debajo de la galería cerrada en la casa de los padres de mi consorte.

Estaba orientado hacia el sureste. Caldeaba las frías mañanas en el entretiempo y sofocaba el calor del verano. A través de la ventana se vislumbraba la antigua cocina y la puerta, aunque no la más bonita, ni la más antigua, ni la más segura de la vivienda, cumplía las funciones de principal de la misma.

Tenía un poyo improvisado sobre el que nos solíamos sentar a ver pasar el tiempo (ese lujo). No hacía falta llevarse tarea alguna, ni entablar las conversaciones más profundas y sin embargo las mejores charlas y los trabajos más queridos se dieron mientras nuestros culos se acomodaban en el viejo tablón de madera.

Al cambiar la calefacción de carbón por una de propano desapareció la grada, pero yo seguía encaramándome a lo alto de la tapa que escondía las bombonas y la madre de mi adorado encontró acomodo para ella y su costurero en un banco que había puesto el ayuntamiento en perpendicular al viejo porche.

Hace un par de años derribaron el anticuado hogar para ser sustituido por uno más moderno, (tal vez) más funcional y carente por completo de personalidad. El atrio pasó a formar parte del firme de la nueva cocina/ salón/ comedor/ planicie-sin-sentido. La puerta se tapió. La pared sirve ahora de aparcamiento para coches. El banco del ayuntamiento ya no se usa. La plazuela que formaba aquel insignificante portaluco cimentado a base de azar y reuniones con los vecinos es hoy un cadáver urbanístico.

Ya no me gusta ir a ese pueblo. Al menos no tanto como antes.

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