21/5/18

Estimada Irene, estimado Pablo:

No veo necesario que pregunten a nadie nada sobre si se pueden dedicar o no a lo que actualmente les tiene ocupados. No encuentro su pecado tan grande como para tenerse que someter a una dilapidación pública. Ya me ha parecido innecesario que hayan tenido que salir ante los medios para aportar detalladas explicaciones sobre un tema estrictamente personal.

Hay muchas actitudes suyas con las que no me siento representada, pero esto, es decir, emprender un proyecto familiar criando a sus hijos en un lugar que sienten fiable (quizá ya no, pero seguro que lo fue en algún momento), sí me representa. Llegado el caso a mí también me gustaría hacerlo de la mejor manera posible en la medida de mis posibilidades.

No hago más que oír hablar de coherencia y estoy de acuerdo en que nuestros representantes políticos (cosa que ustedes son), y en general todo aquel que se somete a la vida pública (todos, en estos tiempos de Tweet' Stars), han de ostentar congruencia entre sus pensamientos y sus actos, aunque también soy consciente de que sin cierto titubeo de vez en cuando, no se daría ni evolución ni cambio. ¿Acaso pensamos ahora de la misma forma que cuando teníamos veinte, treinta años menos? Sinceramente, espero que no.

Comprarse una casa en Madrid es caro. Es tan caro que se podría decir que es un acto elitista a pesar de que tener un lugar en el que vivir sea un derecho protegido por nuestra Constitución (de los alquileres hablamos otro día, tampoco tardando mucho, porque se les/nos está yendo de las manos). Con el dinero que van a estar gastando durante treinta años en el chalé de Galapagar (ese lugar denominado desde siempre la sierra pobre de Madrid) difícilmente podrían adquirir algo con posibilidades de ser calificado como casa dentro de la almendra capitalina. Así que no se vuelvan locos.

El problema que percibo aquí es, como tantos otros, cuestión de lenguaje. Si en vez de hipotecarse con un chalé hubiera sido con una cabaña de labriego, un adosado o un piso sin más, no habría pasado nada y yo ahora no estaría dedicándome a escribirles esta pseudocarta.

Tener un chalé –igual que tener un ático– suena a casta y ustedes le pegaron mucha caña a la casta. ¿Creían, por algún momento, que no les iban a devolver el golpe en cuanto pudieran?

Atentamente,
Cal.

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