17/6/21

Epílogo

Me quedan apenas diez días para vivir en la casa de la playa. Aún no he hecho ni una caja para la mudanza. Miro alrededor mío y sigue todo lleno de vida. La ropa esperando a ser destendida, las tijeras de podar en la terraza y los lápices de mi hija repartidos por la mesa del salón.

De la serie para PHE Desde mi balcón, en los días más duros del confinamiento.

Me vine aquí a regañadientes, no lo puedo negar. Los primeros meses fueron fatigosos, sin un sitio fijo en el que estar, cambiando de casa cada poco y teniéndome que manejar en un idioma que no era mi lengua materna. Mucha soledad y, gracias a ella, muchos paseos. Irme a un punto en el que nada me sonase hasta encontrarme con un hito familiar a base de pasos.

Me voy triste, muy triste, porque tengo la lucidez suficiente para saber que voy a un poquitito peor. Pero lo mejor que me ha podido pasar en este sitio —que ahora es un algo mi lugar en el mundo— es que he sido plenamente consciente de mi suerte, de la buena vida, de que, pese a las eventualidades (que también las ha habido), esto era un auténtico paraíso, algo irrepetible.

Me da pena que nada mío quede aquí. Lo sé porque he vivido en otras tantas ciudades a las que sólo he regresado como turista y las piedras que un día fueron mi cobijo ya no me recuerdan.

2 comentarios:

  1. Hace años que le doy vueltas a la idea del último párrafo: dentro de algún tiempo, ni tan siquiera quedarán nuestros hijos, ni nadie que nos recuerde. En mi caso, no dejaré ni una lápida.
    Y no me parece mal.

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    1. Hace muy poco, ni siquiera dos semanas, se ha muerto un querido amigo, comentador ocasional de este blog, grandísimo lector y buen escritor. En uno de sus relatos, que se leyó en su sepelio, hablaba del segundo cordón umbilical, el que se rompe cuando fallece el último hijo. Es una metáfora fantástica para explicar que nuestro recuerdo, el del común de los mortales, no trasciende más allá de una generación. Yo, visitadora habitual de cementerios, lo veo a diario.

      No sé si será bueno o malo, Neo... A mí me da pena, sólo eso.

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