13/9/22

El tiempo, que todo lo dulcifica

Estoy paseando por mi antiguo barrio de Valencia. Voy con una sonrisa bobalicona, medio feliz. Recordando viejos escaparates y hablando con el zapatero, que pincha Radio 2 (todavía la llama Radio 2 y no Radio Clásica), y disfrutando de las cuatro gotillas de lluvia que se están animando a caer después de tres meses sin tregua de altas temperaturas.

Dentro de sesenta días ya no viviré aquí, ni en mi antiguo barrio –obvio– ni en el nuevo. Este año y poco por estas tierras ha sido sombrío. Lo está siendo. Guardo aún unos recuerdos espantosos del primer piso, el que estoy observando mientras escribo estas cuatro líneas, con las bajantes rotas, entrando mierda literalmente por la terraza, con los dueños desentendiéndose de su propia casa, conmigo, sola, y un bebé de un año y medio que empezaba a andar, intentando solventar todos los ayes de aquel espacio, intentando transformarlo en un hogar para, acto seguido, ponerme con mi propia vida, buscar trabajo, tener cierta independencia, esas cosas.

Por eso me sorprende que el paseo de hoy, en medio de una espera entre médico y médico, me esté resultando tan agradable. ¿Habría sido mejor si no nos hubiéramos cambiado de piso? No lo creo; no hubo ni un momento de felicidad (ni de tranquilidad) por aquel pretérito.

Pienso en los años que estuve cuidando de mi madre y de su Señor Alemán, y no recuerdo apenas los lloros y la rabia, la impotencia de no poder hacer más por ella. De vislumbrar mi futuro, negro y pegajoso como la pez, y no poder escapar. 

Recuerdo, en cambio, ir con ella y con mi perro en el coche de excursión por Santullán y por las Loras o yendo a buscar una edición del As en la que salía una mini noticia en referencia al equipo de rugby de mi consorte. Recuerdo estar bailando Vampire Weekend en la cocina como si nos fuera la vida en ello, mientras se terminaban de hacer una improvisadas patatas fritas congeladas. Recuerdo la última conversación medio coherente con ella, mientras yo lloraba a moco y baba (total, lo va a olvidar en dos minutos, pensaba), en la que me contestó todo pasa, hija, para acto seguido volver a hundirse en su mar de amnesia ella y de angustia yo.

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