24/10/23

Cambios light

Ayer se inundó una parte de mi casa. No tendría que haberme sorprendido porque ya sabía que la versión doméstica de las Cataratas del Niagara esta localizada cada vez que llueve en la parte más antigua de este edificio, el que sirvió de granja, de cochera, de laboratorio B/N y de lugar de fiestas juveniles.

Llevo diciendo unos trece años que hay que hacer algo con aquello, tirarlo o lo que sea, lo que salga más barato, pero que así solo va a dar problemas. Y nadie me ha escuchado o, peor, me han escuchado para llamarme loca por querer tirar casi la mitad de mi actual casa y convertirlo en un patio, un txoko, un invernadero, una cochera en condiciones… Algo que podamos disfrutar porque ahora mismo solo es un trastero que acumula la mierda de todo quisqui. 

Entre esa mierda se encuentran cosas importantes, como todos mis trabajos (los impresos) hasta la fecha, y parte de la mudanza que todavía, por lo que sea, no he tenido tiempo de reacomodar: zapatos de verano, botas de invierno, ropa que no sabes muy bien qué hacer con ella, trastos que se usan de pascuas a ramos, cosas para vender de segunda mano…

Anoche se mojó prácticamente todo. 

Tenía que ir a buscar mi título de licenciatura y me daba miedo. Fue el padre de mi hija por mí y le advertí de que no quería saber nada de cómo estaba aquello. Estaba a gusto con la niña, encuadernando a lo japonés el lomo de un cuento infantil roto, y no quería disgustarme. Pero, como que hubiera descubierto América, me dijo «hay que hacer algo con lo de allá atrás».

Me siento tan impotente, con tanta rémora a mis espaldas para efectuar cualquier cambio, que estoy desesperada. Llevo meses despojándome de pequeñas cosas, de lo poco que puedo: trapos, papeles, links, pdfs… Hoy me he ido de grupos online y redes sociales que ni fu fa. Pensé que me iba a sentir mejor. Por ahora no.

3 comentarios:

  1. No consigo encontrar una traducción correcta al hoarder de los ingleses. Mi Baronesa y yo lo somos sin traducción. Sin llegar al Diógenes, pero incapaces de tirar esas miles de pequeñas tonterías que guardamos porque tienen un cierto pequeño nimio minúsculo micronésimo valor sentimental. O las de por si acaso.
    Admiro a la gente capaz de tirar, de desposeer.
    Bien es cierto que en los últimos años tiendo a dar menos importancia a esas relaciones que no me aportan, me resulta más sencillo desconectar. Pero lo que no tengo claro es si es un avance o es un estado de nihilismo o de zen o de que cada vez más cosas y más gente me importan una mierda.

    ResponderEliminar
  2. Que por cierto, no sé por qué Blogger no me deja publicar como yo mismo. Pero ya sabes quién soy. Quién voy a ser, mujer.

    ResponderEliminar
  3. ¡Hola, Neo! Cómo para no saber quién eres, si eres el único que se pasa por aquí (gracias).

    Esta está siendo mi mudanza número veintitantos casi treinta. Ya he perdido la cuenta. Las últimas cuatro han sido con muebles, libros, cedés, plantas y bebé.

    Mira, antes guardaba hasta las entradas del cine y los museos y etc. Nada, a la mierda todo. No se puede arrear con esa cantidad de cosas de una ciudad a otra.

    A esto le tengo que añadir que en esta mudanza —a la antigua casa de mis padres— tengo que deshacerme de cientos de cosas de ellos, algunas con dolor y otras con total indiferencia (hoy mismo he tirado un coche entero lleno de trastos, que el del Punto Limpio ha flipao).

    Eso sí, soy coleccionista compulsiva (cada vez menos), o hoarder o lo que sea. Lo que me gusta, me gusta.

    Y respecto a las personas… no sé si será nihilismo, pero lo que no suma, resta. Fuera (duele, pero…).

    Un besote, amigo.

    ResponderEliminar