Hoy en día se habla mucho de la figura de Alejandro III Rey de Macedonia. Y parte de la culpa de esta fama, después de llevar 2.300 años muerto, la tiene el señor Stone con la recreación cinematográfica que ha hecho del personaje. No voy a entrar en críticas a la película. A mi me parece correcta. Le hubiese dado más carácter a Hefestión, simplemente. Y, ya puestos, hubiera hecho una auténtica peli para eruditos que no pudieran entender más que los expertos en Historia Antigua (total, el hombre ha intentando “aligerar” el personaje histórico y le han criticado de igual manera).
Alejandro Magno propugnó en su tiempo la igualdad y el mestizaje de culturas. Eso que nos parece una nueva corriente de pensamiento llamada mestizaje empezó hace más de 22 siglos. Alejandro fue adquiriendo por medio de conquistas, algunas muy sangrientas, nuevos territorios para su imperio. Una vez conquistados se los devolvía a sus “dueños” ya que consideraba que él no tenía la suficiente potestad como para llegar e instaurar las normas macedónicas allá por donde ganase la guerra. En vez de construir cárceles, fundaba Academias (no en vano fue pupilo de Aristóteles) y Bibliotecas. Y uno de los arrepentimientos más grandes que tuvo en vida fue incendiar el Palacio de Babilonia donde había vivido el entonces muerto Rey Darío. En su momento quizá lo hizo para reafirmarse en una dura batalla ganada como fue Gaugamela, pero cuando se dio cuenta de la barbaridad que había cometido (y que Stone no cuenta en su película porque, francamente, es imposible resumir 33 años en tan poco tiempo), intentó suplantar su fallo con creces: instaló en Babilonia la nueva corte del imperio macedónico (para rabia de su mami Olimpia).
Desde Babilonia hasta el Hindu Kush, pasando por Egipto, Alejandro fue anexionando terrenos a la corona griega-macedónica. Y de la misma manera que había luchado fieramente –siempre en primera línea de batalla-, conseguía que los “conquistados” lo adorasen por su tolerancia con las costumbres locales. Cuando llegó a Sogdiana (no recuerdo si fue Sogdiana o Ecbatana), se casó con una muchacha –vale, era la princesa- del lugar.
Pues bien, hoy en día todos esos nombres nos resultan ajenos a nuestra realidad común. Nadie habla de esos lugares, o quizá sí. Miremos un poco un mapa y situemos las ciudades. Sorpresa: estamos hablando de Irán, Irak, Afganistán, suroeste de India, parte de Albania, parte de Turquía, Egipto, sur de Sudán, Siria, parte de Libia, Israel, Palestina, etc. Ahora sí que nos suena, ¿verdad?
Sí. Todos o casi todos son países en conflicto. La guerra de Irak parece una “amiga” inseparable en las noticias del mundo. Ayer murieron 136 personas en un atentado terrorista, uno de los más sangrientos de la historia universal. En Afganistán las mujeres, muchas, todavía tienen que taparse para salir a la calle. En Irán se habla de si hay o no hay capacidad para construir armas nucleares. Los libios se acaban de cargar a un primer ministro con la consecuente revuelta en el país. Los turcos y los kurdos andan a la gresca; nadie habla del genocidio cerca del monte Ararat. En India la población se muere de hambre. Israel y Palestina se pelean por unos trozos de tierra que ambos creen que les pertenece…
Y yo me pregunto, ¿dónde quedó el espíritu conciliador e ilustrado de Alejandro Magno? ¿qué ha sido de esa tolerancia cultural, vital? ¿por qué no hemos sido capaces de mantener ese espíritu conciliador durante los 22 siglos de historia que siguieron a la muerte de Alejandro III? Y lo que es peor, ¿por qué me da a mí la impresión de que tampoco queremos promulgar dicho espíritu pacificador? No sé. ¿Qué opináis vosotros?
En fin. Os mando muchos besos conciliadores, Calamity.
PD.: Siento mucho que se vean la mayoría de los post sin punto y aparte. Cuando escribo desde el curro lo hago con Mac y con Mac no puedo ver la barra de edición de texto. Los que tenéis un blog sabéis a lo que me refiero, ¿verdad? Si me da tiempo, ya lo pondré bonito desde casa.
