Con sólo dos discos en el mercado y varios ep’s los
neoyorquinos Interpol
han conseguido meterse a la crítica y al público en el bolsillo. Si bien es
verdad, este éxito repentino de su segundo largo –"Antics"-, que ha logrado
incluirlos tímidamente en el mainstream de las listas de media Europa, no les
ha favorecido en absoluto. Nunca me ha gustado ir a conciertos en los que un
grupo de fans enloquecidas por la belleza del cantante soterrara su
impresionante voz bajo los chirridos desafinados de sus gritos. Un horror.
Al margen de las niñatas y niñatos, el concierto que ofreció Interpol en Madrid el pasado lunes nos dejó con buen sabor de boca. Qué digo, muy buen sabor de boca. Comenzaron puntuales cual ingleses, tocaron correctamente todas las canciones del repertorio elegido (con más canciones de "Antics" que de "Turn on the Bright Lights"), ecualizaron la sala de manera impecable (lograron acoplarse y desacoplarse las guitarras a su antojo en función de las canciones, como en Say Hello to the Angels, algo que se agradece), el público entregado, el ambiente oscuro y melancólico. Una hora y media penetrante intensidad.
Al margen de las niñatas y niñatos, el concierto que ofreció Interpol en Madrid el pasado lunes nos dejó con buen sabor de boca. Qué digo, muy buen sabor de boca. Comenzaron puntuales cual ingleses, tocaron correctamente todas las canciones del repertorio elegido (con más canciones de "Antics" que de "Turn on the Bright Lights"), ecualizaron la sala de manera impecable (lograron acoplarse y desacoplarse las guitarras a su antojo en función de las canciones, como en Say Hello to the Angels, algo que se agradece), el público entregado, el ambiente oscuro y melancólico. Una hora y media penetrante intensidad.
Quedaron claras varias cosas tras asistir al concierto. El líder indiscutible –hay que decir que los cuatro tienen un carácter muy definido en el escenario- fue Carlos D, el bajista. Sólo con recordarlo aún se me eriza el vello. El nivel alcanzado en el directo ofrecido me hacía recordar sin ninguna duda a Simon Gallup (bajista a ratos de The Cure), a Andy Rourke (bajista de The Smiths) o incluso a Peter Hook en su época con Joy Division debido a esa ejecución pulcra y fascinante de cada una de las piezas que se iban sucediendo, pero con estilo propio. Carlos D es posible que pase a la historia de la música actual (si el marketing los deja) como uno de los mejores bajistas de principios del Siglo XXI. Eso espero. Yo le daré mi voto a él.
Otro aspecto indiscutible es la maestría de Sam Fogarino con los platos. Condujo la potencia del concierto a su antojo. Si quería hacer vibrar al gentío, lo conseguía. Si quería relajarlos, también. Su dominio del High Hat es posible que sorprendiera a más de uno. Sus cambios de ritmos totalmente dominados. Cosa por otra parte harto necesaria si vas a ser batería de Interpol.
Tampoco hay que olvidar a los otros dos integrantes del grupo: Daniel Kessler (guitarra y coros) y a Paul Banks (voz principal y guitarra) que cada vez canta mejor. Se va deshaciendo de esa etiqueta que le colgamos todos en su momento: “la voz de Ian Curtis”. Hombre comedido donde les haya, si no fuese la voz principal, pasaría por el más tímido de los cuatro.
No voy a tirar a Daniel Kessler por tierra. No. Demostró una sobrada experiencia y trabajo a la guitarra (más de uno y de dos se conformaría con tocar la cuarta parte de bien que lo hace él. Y no me refiero a los aficionados), pero nos hizo un desafino en los coros de PDA que, ay, se la pasaremos por ser quien es.
Y hablando un poco de las canciones que se oyeron. La intensidad más abrumadora se consiguió en canciones como NYC, ejecutada sublimemente, en Evil y en Stella was a driver…, con el estallido general del público, en Untitled, abriendo la segunda parte del concierto y con Not Even Jail, destapando su lado más punkero.
Una de las cosas que me gustó de Interpol, fuera de su nivel musical, fue que no ocultaron a su teclista en un segundo plano. Blasco, el teclista, estaba integrado dentro del grupo como que fuera uno más. Este gesto de, llamémoslo, humildad me conmueve. Y lo que menos, sus paradas entre canción y canción. Quizá excesivamente largas para la inquietud del público español. Ah, y que no tocaran mi preferida, pero eso es otra historia.
Besitos rockeros, Calamity.

