¿Os habéis encontrado alguna vez con alguien o algo del que
se os hiciera insoportable el olor? Seguro que sí. Y no me refiero a ese tipo
de personas que han abandonado su higiene diaria, no. Me refiero a personas que
son aseadas, pero cuyo perfume se hace insufrible. Lo mismo sucede con las
cosas. Sobre todo con los coches.
Aún recuerdo un viaje que hice a Bilbao en autobús. Un autobús flamante. Totalmente nuevo. Y con ese olor tan aséptico a nuevo. Todo olía bien. Demasiado bien. Olía tan maravillosamente bien que Calamity tuvo que hacer parar al señor conductor transcurrida una hora de haberse montado para enviar las riquísimas galletas y la leche con colacao por el mismo sitio por el que entraron en medio de la plaza de un precioso pueblo burgalés (cada vez que paso por Espinosa de los Caballeros me acuerdo de la anécdota).
También recuerdo un tufillo que se instaló en el SEAT Fura de mi padre durante una larga temporada. Entrar en el coche y tener ganas de regurgitar era todo uno. Ni siquiera los pinos esos verdes que se colgaban en el espejo retrovisor conseguían paliar la peste. Mi madre y yo nos desesperábamos a limpiar el habitáculo todos los fines de semana. Pero nada, no se iba el muy jodio. Poco a poco, muy poco a poco, fue desapareciendo. O quizá nos acostumbramos al tufo. Un día me dio por limpiar el coche a fondo. De estas limpiezas que te llevan todo el día. Y fue ese día cuando encontré al culpable de tal hedor: un cangrejo de río que había escapado de la bolsa de la pescadería (y de la cazuela) para ir a morir debajo del sofá de atrás. Yo no sé por dónde diantre se pudo meter el bicho, pero allí apareció. Más seco que el ojo de Andrés.
Otro momento memorable coche-peste fue en un viaje que hicimos paquete y yo a mi pueblo. Con las prisas se me olvidó cerrar bien mi perfume (oye, que una es muy fina y gasta perfume no colonia) y se derramó por todo el maletero. Podéis estar pensando: bah, un perfume nunca puede oler mal. Vale, depende. Depende de la cantidad derramada, de dónde se derrame y de lo que allá alrededor. Los perfumes suelen algo de alcohol y algún corrosivo porque la que montó medio bote de eau de parfum de una conocida marca francesa en el maletero de coche no tiene nombre. Toda el viajito con las ventanillas bajadas. Era noviembre.
Y todo esto me ha venido a la memoria porque ayer tuvimos un episodio similar en el nuevo y flamante coche de paquete. Por la mañana cuando vino a buscarme para ir a currar olía de mal aquello… Uff, para ser un coche nuevo y limpito algo se estaba pudriendo allí dentro. Bueno. Lo dejamos así. Por la tarde fuimos a por el coche al garaje y fue una sorpresa porque las ventanillas estaban bajadas (es de estos parking en los que dejas la llave y el señor que lo cuida mueve el coche en función de sus necesidades). Y al introducirnos en el área destinada a conductor (paquete) y copiloto (osease yo), nos acordamos de la pestilencia de la mañana.
Investigando, investigando nos dimos cuenta de que anteanoche, al venir de mi pueblecillo, se nos había abierto una botella de vino tinto anteriormente descorchada para acompañar el chuletón de Castilla y los pimientos del Bierzo del almuerzo y se había derramado parte del líquido elemento en el maletero del coche. Qué horror, qué peste, qué ascazo.
Y ahora tengo otra duda, ¿cómo coño quito yo esa pedazo de mancha color vino burdeos del maletero? ¿qué hago con la pestilencia que despide el coche? Vale, ahora hace bueno, pero ¿y si empieza a llover de nuevo?
Ay. Besitos olorosos, Calamity.
PD: me tenéis contenta señores de Diario Gratis... Se me van acumulando los post que se pasan de fecha cual yogur del Carrefour.
Aún recuerdo un viaje que hice a Bilbao en autobús. Un autobús flamante. Totalmente nuevo. Y con ese olor tan aséptico a nuevo. Todo olía bien. Demasiado bien. Olía tan maravillosamente bien que Calamity tuvo que hacer parar al señor conductor transcurrida una hora de haberse montado para enviar las riquísimas galletas y la leche con colacao por el mismo sitio por el que entraron en medio de la plaza de un precioso pueblo burgalés (cada vez que paso por Espinosa de los Caballeros me acuerdo de la anécdota).
También recuerdo un tufillo que se instaló en el SEAT Fura de mi padre durante una larga temporada. Entrar en el coche y tener ganas de regurgitar era todo uno. Ni siquiera los pinos esos verdes que se colgaban en el espejo retrovisor conseguían paliar la peste. Mi madre y yo nos desesperábamos a limpiar el habitáculo todos los fines de semana. Pero nada, no se iba el muy jodio. Poco a poco, muy poco a poco, fue desapareciendo. O quizá nos acostumbramos al tufo. Un día me dio por limpiar el coche a fondo. De estas limpiezas que te llevan todo el día. Y fue ese día cuando encontré al culpable de tal hedor: un cangrejo de río que había escapado de la bolsa de la pescadería (y de la cazuela) para ir a morir debajo del sofá de atrás. Yo no sé por dónde diantre se pudo meter el bicho, pero allí apareció. Más seco que el ojo de Andrés.
Otro momento memorable coche-peste fue en un viaje que hicimos paquete y yo a mi pueblo. Con las prisas se me olvidó cerrar bien mi perfume (oye, que una es muy fina y gasta perfume no colonia) y se derramó por todo el maletero. Podéis estar pensando: bah, un perfume nunca puede oler mal. Vale, depende. Depende de la cantidad derramada, de dónde se derrame y de lo que allá alrededor. Los perfumes suelen algo de alcohol y algún corrosivo porque la que montó medio bote de eau de parfum de una conocida marca francesa en el maletero de coche no tiene nombre. Toda el viajito con las ventanillas bajadas. Era noviembre.
Y todo esto me ha venido a la memoria porque ayer tuvimos un episodio similar en el nuevo y flamante coche de paquete. Por la mañana cuando vino a buscarme para ir a currar olía de mal aquello… Uff, para ser un coche nuevo y limpito algo se estaba pudriendo allí dentro. Bueno. Lo dejamos así. Por la tarde fuimos a por el coche al garaje y fue una sorpresa porque las ventanillas estaban bajadas (es de estos parking en los que dejas la llave y el señor que lo cuida mueve el coche en función de sus necesidades). Y al introducirnos en el área destinada a conductor (paquete) y copiloto (osease yo), nos acordamos de la pestilencia de la mañana.
Investigando, investigando nos dimos cuenta de que anteanoche, al venir de mi pueblecillo, se nos había abierto una botella de vino tinto anteriormente descorchada para acompañar el chuletón de Castilla y los pimientos del Bierzo del almuerzo y se había derramado parte del líquido elemento en el maletero del coche. Qué horror, qué peste, qué ascazo.
Y ahora tengo otra duda, ¿cómo coño quito yo esa pedazo de mancha color vino burdeos del maletero? ¿qué hago con la pestilencia que despide el coche? Vale, ahora hace bueno, pero ¿y si empieza a llover de nuevo?
Ay. Besitos olorosos, Calamity.
PD: me tenéis contenta señores de Diario Gratis... Se me van acumulando los post que se pasan de fecha cual yogur del Carrefour.
