27/5/05

Black & Decker

El otro día leyendo a SuperRosika me vino a la cabeza una anécdota de mi día a día que en aquel momento se me antojó simpática. Vamos a ver qué tal se nos da relatarla para los miles de internautas :PPPP que pasan por ésta mi y vuestra cuadra donde atracan las vacas sin cencerro.

Corría el año 2.003 y de aquella yo trabajaba en una Agencia de Seguros (¿¿¿Cómorllll???? Pues sí, en plena Crisis de la Publicidad, la Publicidad no daba suficiente dinero para vivir, así que una se agarraba a un clavo ardiendo. Qué coño, lo sigo haciendo) intentando engatusar a los paisanos de por ahí para que se hicieran un seguro médico que a mi me permitiese malvivir los primeros quince días del mes.

Suele suceder en estos trabajos en los que la promoción es inexistente que hay un ambiente y un colegueo genial. Desgraciadamente no conservo ninguna de las amigas de aquella época pues fui perdiendo poco a poco el contacto. Y sí, éramos tooooodas chicas. Sólo había tres chicos –uno de ellos el súper mega jefazo, que tenía que ser hombre, cómo no- y estaban todo el rato pavoneándose ante nosotras. Angelicos, tendrían que haber ido primero a culturizarse un poquito para al menos saber escribir hincapié o en su defecto a Corporación Dermoestética para si quiera haber llamado la atención a simple vista.

Una de mis mejores amigas era La Pili. Y digo La Pili con pleno conocimiento de causa y sabiendo que los nombres personales no llevan artículo delante (doscientas veces tuve que escribírselo a la profesora de Historia y Gimnasia ¿? en 8º de EGB). Al fin y al cabo ese no es su nombre verdadero.

La Pili, pobrecita, estaba saliendo con un camionero desde hacía unos meses que, francamente le hacía tanto caso como yo a una piedra que me encuentre por la calle. La tenía abandonada por estos mundos de dios y de vez en cuando aparcaba el camión para darle una alegría para el cuerpo a La Pili y de paso desahogarse él. Pero nada más. Cuando le daba el apretón en medio de la carretera, llamaba a La Pili al móvil y le subía el furor uterino hasta límites insospechados. Una vez puso el manos libres y tuve que exclamar con la babilla asomando por la comisura de mis labios: “Pili, quita eso, anda, que es una conversación muy privada, corazón”.

Y claro La Pili se iba a casa peor de lo que había venido al trabajo. Se sentía muy sola, sobre todo sexualmente hablando. Qué suerte, las hay que nacen ya cachondas, ni preliminares, ni leches.

Un día, entre llamada y llamada, decidió vencer su soledad con un nuevo amigo que no le complicase la vida. “Pili, ¿con quién de estos tres te has enrollado?”, “Con Miguel” –me dijo ella- “pero no me refiero a alguien de carne y hueso”. Al poco tiempo estábamos hablando animosas entre un par de cafés y varios cigarrillos en la Sala de Juntas de ir a un Sex Shop a comprar un consolador. “Cal, tú entiendes de esto, ¿no?” Hombre, pues entender, entender, no entendía ni un pimiento, pero qué iba a hacer, ¿decirle que no?. Y le dije que sí. Y allí estábamos La Pili y Misss Calamity charlando sobre tamaños, tipos de plásticos, vibraciones, colores negro o carne o, porqué no, translúcido con brillantina, (uaj, qué asquito) y bolas chinas.

Urdimos nuestra estrategia, que, francamente, no sé para qué porque después La Pili fue gritando a los cuatro vientos que se iba a comprar un consolador esa misma tarde y que había quedado conmigo en una heladería de la calle Montera porque yo entendía del tema. Y yo pasaba por entre las mesas de teleoperadora con la cabeza gacha y más roja que un tomate diciendo pues sí, ya veis, entiendo de consoladores.

Me llama paquete y le cuento la estrategia. En ese momento me hubiese gustado que la comunicación hubiera sido a través de videoconferencia porque la cara que debió de poner me la perdí y debió de ser antológica. Pero más estupefacta me quedé yo cuando me respondió, tras varios eternos segundos de silencio, “os acompaño”. Y claro que vino.

Allí estábamos La Pili, paquete y yo en una heladería de Montera a las cinco de la tarde dispuestos a comernos las estanterías del Sex Shop de enfrente en busca del nuevo compañero de mi amiga del trabajo. Había dos manera de afrontar el temita. Una, en plan tonta como por la mañana en la ofi; o dos, yendo de sobrada. Opté por la segunda.

Bueno, bueno, bueno. Yo que pensé que mi mente es calenturienta, qué vá, lo más calenturienta que llega a ser no sube de la temperatura de la Antártida en Verano. Fíjate. Pollas de colorines, lasas, duras como cemento armado, con varias velocidades de vibración y hasta un brazo hasta el codo nos encontramos. No paso a dar más detalles porque había un montonazo de cosas raras, raras, raras…

Paquete persiguiéndome como un perro en celo para que compráramos una bolitas chinas y unas bragas de caramelo, La Pili gritando como loca “ay un pollón con de color azul cielo, ja, ja” y yo haciendo de asesora en la tienda. La menda lerenda en su papel de “estoy de vuelta de todo chatos” llamó la atención del personal masculino allí presente y varios de ellos me vinieron a preguntar acerca de qué le regalarían a una mujer. Y yo, que no me callo ni debajo del agua, recorría las estanterías del Sex Shop como que estuviese por mi casa en busca del regalo perfecto para una fémina y a la vez de la polla artificial que le alegrara la vida a La Pili (y escondiéndome de paquete ya que su lívido me estaba empezando a preocupar seriamente, je, je, je).

Al final todos contentos. Yo capee el temporal como un torero hace con un Miura. La Pili encontró un consolador con cinco velocidades de 24 cm de largo y 3 ó 4 de diámetro. A paquete le di lo que se merecía :P. Y yo me fui con la sensación de un trabajo bien hecho de esa galería de la perversión más tentadora.

A la mañana siguiente en el trabajo La Pili llegó tarde, pero con la cara iluminada de una manera muy especial. “¿Ha venido el camionero esta noche?”, “No-susurró ella- ha sigo Black & Decker”. Y abrió el bolso tímidamente. Allí estaba él: negro, erecto, dispuesto a dar guerra en el momento oportuno.<

Feliz fin de semana a todos.
Cal.