4/5/05

Madrid-Mi Pueblo-Frías-Oña-Mi Pueblo-Madrid, vamos, el puente del Uno de Mayo

Aunque no he revelado aún las fotos (y creedme que posiblemente tardaré bastante en hacerlo) me decido hoy por contar lo acontecido en estos últimos tres días de encuentros y desencuentros. Y lo hago ahora, así casi huérfana de imágenes salvo las digitales, porque si no, me sucede lo mismo que con París, que lo voy dejando, lo voy dejando y cada día que pasa el olvido va haciendo mella en mis escondidos recuerdos.

De un tiempo a esta parte siempre que he hecho un viaje (me refiero a turismo, no un viaje de Madrid a mi pueblo) ha sucedido algo curioso. Lo más normal es que me encontrara con andamios en los edificios que quería visitar. Pero las anécdotas adquieren dejes de lo más inverosímil. Iba a inaugurar una nueva sección denominada: TURISMO CON ANDAMIOS. Pero mira, me pasa como con la música, que no me atrevo. Así que allá va, sin adornos, sin conservantes ni colorantes.

MADRID-MI PUEBLO
Escapando del mundanal ruido paquete y yo decidimos irnos a mi pueblo a las nueve y media de la noche del domingo. Porqué. Pues porque yo lo valgo. Vamos que estuvimos todo el fin de semana tirados en mi casa de Madrid sin hacer nada (la menda no tiene el horno para bollos aún) cuando nos dio de repente el viento y nos pusimos en marcha.

Ni un solo atasco que pillamos. No hay mal que por bien no venga. Toda la Nacional I para nosotros solos. Vale, y para un porrón de camiones, que a estos “pobres” da igual que sea fiesta que no: los demás tenemos que comer, así que ellos tienen que currar en días festivos. Escogimos buena Música y por supuesto nos tragamos Carrusel Deportivo de cabo a rabo (sin echar cabezadita ni nada, que conste).

Llegamos a la Quinta de los Sustos a eso de las doce menos cuarto de la noche. Miento. Miento como una bellaca. Empiezo de nuevo. Llegamos a la Quinta de los Sustos a eso de las dos de la mañana. Antes de parar en la Sustos nos detuvimos a cenar en la pizzería de mi pueblo y a tomar un par de copitas, sin dejar las maletas ni nada, con el coche ahí aparcado en medio de la plaza con bultos hasta en la baca. Nos encontramos con mis amigos que se quedaron medio locos diciendo “pero qué coño hacéis aquí a estas horas”. Y se lo explicamos.

Y después, al entrar en la Sustos, nos recibió con la mejor de sus sonrisas mi perro: AKEBONO. No me voy a poner a hablar de él aquí y ahora porque el post sería eteeeeerno. Él ya tendrá su propio espacio dentro de este diario. Akebono ha estado enfermito –le picó una garrapata y casi la palma- estas últimas semanas y ha adelgazado un poco. Pero le viene bien que mi tía Lici lo tiene cebado como si fuera un cerdo para la matanza. Es más guapo mi nene, ay, ay, ay (no sigo).

En fin, que a las dos y media de la mañana nos fuimos a la cama con la firme proposición de levantarnos temprano (ja, ja, ja, ja) para irnos a Las Merindades, concretamente a Frías.

MI PUEBLO-FRÍAS
Paquete, que no se fía ni un ápice de mi en cuestiones espacio temporales, estuvo mirando un buen rato Internet para ver cómo llegar a tan recóndito sitio. Leche, yo no quería que viera nada del pueblo, quería que fuera una sorpresa total para él. Pero este hombre mío que se me aciruela y todo lo tiene que saber antes de tiempo.

Madrugar, lo que se dice madrugar, pues no. Salimos de mi pueblo a la una menos veinte del mediodía. Nacional 627, varias comarcales, anda mira el pueblo de Félix Rodríguez de la Fuente, Nacional 232, otras tantas comarcales y por fin llegamos a Frías.



Pero tratándose de Pareja KK, osease paquete y Calamity, las cosas no podían ser fáciles. No. Paquete estaba de guardia con lo cual tenía que tener todo el día el teléfono móvil encima y encendido por si algún desconsiderado llamaba para fastidiarnos la festividad del Uno de Mayo. Y, ¿a que no os imagináis dónde es la cobertura más corta que las piernas de Torrebruno? Pues sí, en Frías. Yo es que ya estaba de los nervios observando todo el rato a paquete mirar la pantalla del puto móvil. Os diré que no pudimos comer. Ja, ja, riete tú. En los mesones que había en la –digamos- calle principal del pueblito, no había cobertura (me cagüen las muelas de aquel que inventó el puto móvil). Y en la zona del Camping sí tenían cobertura, pero no tenían comida (no habían calculado bien las previsiones de turistas ávidos de cultura medieval), ni un triste pincho de tortilla.

Así que nada con el estómago vacío nos recorrimos los mil y un rincones de la maravillosa Ciudad de Frías: su castillo (he debido hacer una foto a un capitel con una centaura amamantando a un bebé que, uff, tengo ya unas ganas de verla que ni os imagináis; vale, admito que me emociono ante este tipo de cosas), su iglesia de San Vicente (cerrada, por supuesto, no podría ser de otra manera tratándose de Pareja KK), sus murallas y barbacanas, su puente medieval sobre el Ebro...

Me dio mucha pena ver los inútiles gritos alzados por los lugareños para que no se les venga abajo el Monasterio de Santa María del Vadillo. Pobre. Me da lástima pensar que una construcción tan soberbia como esa se hunda en menos de lo que canta un gallo (un convento románico con pinta de tener más de uno y de dos tesoros escondidos dentro que amenaza ruina, vamos, ya no tiene ni parte de la cubierta). No le hice fotos, aunque notara que era una obligación ayudar a los paisanos de Frías en esta lucha.

FRÍAS-OÑA
Con más hambre que ni sé abandonamos Frías. Yo mirando hacia atrás para captar una instantánea del pueblo en toda su plenitud. Y tanto mirar para atrás junto con el estómago vacío y las curvas de la carretera me agarré un mareo de aúpa.

Llegamos a Oña a eso de las seis menos cinco de la tarde. Y justo, justito, acababan de cerrar las visitas al Convento de San Salvador y no admitían a nadie. Pues vale, no tendría andamios, pero para el caso. Nos fuimos a dar un paseo por el pueblito y sobre todo a encontrar un sitio en el que nos dieran vianda. Pero, leche, que eso no es Madrid, que en estas zonas no existe un Seven Eleven que abra a todas horas... El caso es que encontramos un mesón de corte moderno (Extremoduro, Platero y tú y este estilo de música) en el que nos ofrecieron un par de bocatas con un par de pintas de rubia. Comimos.

Una vez saciada la apetencia nos dirigimos hacia el coche. Yo me puse a enredar con un perro que había por allí y, oh, cual fue mi sorpresa que vi la puerta del Convento abierta. Yo soy muy vergonzosa para estas cosas, pero paquete, que no se corta un pelo, allá entró decidido y tuvimos suerte: PUDIMOS VER EL CONVENTO ENTERITO. Y cuando digo entero es entero. Al señor que lo enseña –un hombre muy majo de Villadiego- le debe de apasionar de su trabajo porque todo el rato estaba diciendo “ya no es hora, ya no es hora”, pero estuvimos hora y media de visita. Se fue poco a poco agregando gente hasta que llegamos a ser un grupito de casi diez personas.

Y yo le debí de caer simpática porque me dejó tocar unas piñas labradas en madera de nogal del Siglo XI. Ni me lo creía. Cuando me dijo “toma, coge” casi se me para el corazón. Y más sabiendo de dónde procedía la piña en cuestión (de un sepulcro del mismísimo Alfonso IX Rey de Castilla). Y también cogimos el crespón del pueblo de la sacristía y tocamos los arcos del Claustro de los Caballeros y en fin, una visita como dios manda. El buen hombre no nos quería ni cobrar. Y nos negamos, of course.

En Oña se nos olvidó por completo la jodia cobertura del móvil.

OÑA-MI PUEBLO
El viaje no tuvo ningún percance. Ja, ja, pero qué creéis, que nos íbamos a librar de los malos augurios. Pues no. A la altura de Poza de la Sal suena el móvil de paquete: un percance: que se había caído el sistema de no sé qué empresa que no podía gestionar los pedidos de no sé qué sitio que, vamos, un marrón que te cagas.

Fuimos a toda leche a mi pueblo para ver si podíamos arreglar (lo digo en plural cuando yo no tengo ni pajolera idea de ordeñadores personales) el marronazo que te cagas. Vale, paquete curraba y yo me dedicaba a navegar un ratillo por Internet. Recomenté a aquellos que me comentasteis y pasó Akebono por donde yo estaba llevándose teléfono, cable y clavija por delante (por eso está repetido mi comentario). Se fastidió el teléfono, no digo más.

EN MI PUEBLO
Para mi un día entero en mi pueblo es un auténtico estrés. Ayer no paré quieta ni un solo minuto. Por la mañana al dentista, luego a hacer los recados, después de visita a casa de mi tía Lici, limpieza de la Sustos (que como es pequeña nos llevó un buen rato), comer, recoger, cigarrito, visita al camposanto a mi pa, visita a mi abuelita a la residencia, poda de césped, limpieza de jardín y riego.

Y entre todo esto Akebono, sí mi perrito querido del alma, se escapó. El tío pedorro tenía que estar en cuarentena por lo del carbunco, pues nada, corriendo por el pueblo como un loco poseso, como que se le acabara el mundo en ese mismo instante. Y no se dejaba coger (como casi siempre cuando se escapa). Yo estaba regando los tiestos cuando le oigo ladrar cual demente: fui en chacletas detrás de él unos cuatrocientos metros persiguiéndole mientras él perseguía a un todo terreno que llevaba un perro en la parte de atrás. Un show. Ni Maurice Green en su mejor carrera, vamos.

MI PUEBLO-MADRID
De esto sí que puedo contar bien poco. Salimos a las once y media de la noche. Pasó lo mismo que en la ida: ni un puñetero atasco. Paramos a tomar un cafecito mientras veíamos a la Milà poner a parir a las tabacaleras (yo con un cigarro en la mano). Y acto seguido me quedé sobada como un angelito. El café no surtió efecto.

Lo siguiente que recuerdo es estar sentada en frente de mi Macintosh haciendo un logotipo para una consultora tecnológica esta mañana. Un coñarro.

¿Todavía dudais de porqué me hago llamar Señorita Calamidad? Besitos.
Calamity.