No estoy hablando del aceite Carbonell. Desde hace cinco años tengo un ritual que tramar por estas fechas: irme a Segovia a ver Titirimundi. Y ayer hice lo propio. Cogí a paquete, a su madre y nos plantamos en Segovia a las cuatro de la tarde para disfrutar de este maravilloso espectáculo callejero de Teatro, marionetas y juegos malabares, de niños y de adultos.
Todo empezó hace seis o siete años tímidamente, como casi todos los festivales de estas características. Unas pocas compañías de titiriteros y funambulistas que se reunían por las calles y plazuelas de la medieval ciudad castellana para deleitar a los transeúntes con sus sinecuras. Desde aquella primera vez mi corazón se quedó atrapado para siempre. <
En plenos exámenes de junio me recorría las callejuelas para arriba y para abajo para intentar inmortalizar esos instantes extraordinarios que sólo se dan en un breve segundo de la vida de cada uno. Para pretender aprisionar la magia. Porque las marionetas serán seres inanimados, pero en Titirimundi adquieren toda la vida del mundo. Y toda esa vida se transmite de forma sorprendente a niños y mayores que quedan atrapados ipso facto por el embrujo del Teatro.
Desde 1.996 el mismo ritual: colgarme a Ulises (mi cámara de fotos) al hombro y vagabundear por los sitios en busca del éxtasis del Teatro de Títeres, para recuperar, quizá, esa infancia perdida...
Besos y feliz semana para todos.
Calamity.
PD.: Lola de España, no me olvido de ti.
PD 2: Apunte deportivo: Tooooooot el camp, es un clan, son la gent Blau Graaaanaaaa […] Barça, Barça, Baaaaarça.


