15/6/05

Verano, kinitos y desengaños

Tan nostálgica como me hallo yo en estos días y escuchando ahora la música de The Verve me vienen a la memoria cientos de recuerdos de adolescencias inmaduras y novietes en el extranjero que regresan años después para ver qué tal siguen sus amigos de España.

El verano de 1998 fue uno de los mejores y de los peores de mi vida. En ese año fallecieron cinco padres (sí, cinco) de la gente de la cuadrilla. Era una pasada. Cada vez que sonaba el teléfono uno se temía lo peor. El mío empezó a fallecer en 1998 y se murió definitivamente el día que hubo el último eclipse solar del siglo pasado. Con él se cerró la mala racha.

A lo que vamos. Entre funeral y funeral, nuestra alegría por devorar la vida nos mantenía a flote y cualquier experimentación, por ridícula que suene ahora, era todo un reto: fumar tus primeros (vale, lo admito, segundos) porros, irnos sin los padres de vacaciones, noches sin dormir, llegar de empalmada al trabajo, besos furtivos para que no se enteraran los que no debían… Todo se magnificaba, todo era fresco, nuevo, fascinante.

Ese año en mi pueblo aconteció una novedad: los intercambios culturales. Mogollón de yanquis vinieron a una villa de 9.000 habitantes (casi el doble en verano, si te descuidas) para aprender español. Y uno de los que yo consideraba mi mejor amigo (que sigue siendo un gran amigo por cierto aunque no el mejor) acogió a un jovencito rubio, alto, flaco y orejón bostoniano.

Nuestra atracción fue instantánea. Yo acababa de llegar de Segovia de terminar los exámenes de Junio con un resultado inmejorable (todo el verano libre, ni un solo suspenso). Recuerdo que entré en el bar que por entonces era nuestro cuartelillo, venga, se llamará El Cuartelillo, y allí estaban parte de mis amigos y un montón de rubios con la piel rojiza quemada por el sol. Estaban jugando al kinito (sí Wolffo, un juego que consiste en tirar dos dados e ir engañando al que tienes delante de ti con que tienes una mejor jugada que él y si te pilla, bebes. Si le pillas tú a él, bebe él. Y como te salga una combinación cinco/seis o uno/dos, osease, kinito, uff, más vale que mires para otro lado o disimules porque te puede tocar también beber. De acuerdo, siempre se bebe) con kalimotxo y cerveza. Y yo me apunté, of course.

Los americanos iban ya bastante afectados. Entre que no sabían jugar, que no estaban acostumbrados al alcohol y que mis amigos se estaban aprovechando de la coyuntura, llevaban unas mierdas de espanto. Eliha no bebía, al menos eses día. Y cuando yo me retiré del kinito, vino a charlar conmigo. Voz profunda, perfecto español, un poquito de acento tal vez, y una confianza en sí mismo digna de admirar para la edad que tenía: 19 años. Acababa de empezar a estudiar Periodismo en una universidad de Massachussets y, evidente, la afinidad entre colegas de carrera se produjo al momento.

A las pocas horas no estábamos deshaciendo entre arrumacos, caricias y mimos en uno de los asientos del jardín de la Quinta de los Sustos. Nos comíamos a besos y nos sorprendíamos mutuamente con nuestro 'amplio' bagaje cultural. En aquel momento pensábamos que sabíamos más que todos los académicos de la lengua juntos y, qué simpático, no teníamos ni idea de nada: unos pocos datos aprendidos de memoria, dos o tres interconexiones entre libros y poco más. Lo suficiente para comerse el mundo (ja, ja).

Al día siguiente quedamos para ir al Teatro juntos. Si queréis que os diga la verdad, no me acuerdo de la función. ¿La casa de Bernarda Alba, tal vez? Ni idea. No recuerdo ver a ni una sola mujer vestida de negro impoluto en el escenario. ¿Las preciosas ridículas? Uff, no sé, no veo yo a Molière en mi pueblo.

Hoy en día puedo decir que aquello fue un calentón originado por las hormonas juveniles, pero en ese año me sentó a cuerno quemado lo que sucedió. El que yo consideraba por aquellos entonces mi mejor amigo era el que le daba techo a Eliha y lo peor: yo le gustaba. Así que se montó una especie de duelo esperpéntico entre ambos por mi del que, sinceramente, me hubiese gustado librarme. Eliha y mi mejor amigo se enfurruñaron y se dejaron de hablar.

Eliha terminó cediendo. Al fin y al cabo se hallaba en una situación en la que tenía todas las de perder: no era su casa, no era su país, no era su idioma, no era su amiga desde pequeña, pero sí era la casa, el país, el idioma y la amiga del que le cobijaba. Nuestra “relación” se quedó ahí.

Mi mejor amigo y yo discutimos como dos perros enfurecidos. Yo le dije de manera muy cruel que como siguiera así se iba a quedar solo y que no necesitaba a gente como él a mi lado. Me equivoqué. Él, en el fondo, sólo quería protegerme de mis enamoramientos ad eternum con el sexo contrario y no me quería ver sufrir. Eliha se iba a volver a los Estados Unidos en Septiembre y quién sabe si volvería a España alguna vez.

Y volvió. El fin de semana pasado Eliha apareció en mi pueblo con un montón de años más y una carrera brillante como reportero en su país. Había estado haciendo un trabajillo en Sevilla y se acercó al norte del país para ver a sus antiguos amigos palentinos. Yo estuve en Madrid. A veces, creo, es mejor no hurgar en rozaduras (ya que no se pueden llamar heridas) del pasado.

Besos para todos.
Calamity.