17/11/11

Nannerl, la hermana de Mozart.
Me gusta ser mujer.

La Historia está escrita por los vencedores. Este es el lugar común acerca de los libros que desgranan los hechos de la humanidad desde que Herodoto abriera la veda. A esto añadiría que además de los vencedores la escriben los hombres -entiéndase hombres como género-, por lo menos hasta el siglo XX (¡gracias, Clara Campoamor!).

A Wolfgang Amadeus Mozart casi todos, sino todos, le conocemos. En algún momento de nuestra vida hemos tarareado alguna parte de la Sinfonía nº 40 en sol menor, imitado el alegre canto de la Reina de la Noche en La Flauta Mágica (¡si ha salido hasta en un anuncio de Durex Play!) o puesto en nuestro teléfono móvil el Rondo alla turca. En cambio Wolfgang tenía una hermana con un talento por lo menos a su altura de la que no sabríamos ni pronunciar su nombre: Marianna Walburga Ignatia Mozart, nosotros, para no hacer interminable la pronunciación de su apelativo, nos quedamos con su apodo: Nannerl.

Acudiendo a otro lugar común -el tiempo pone a cada uno en su sitio, ¡ja!- el director francés René Féret ha presentado este año una película que pasará sin pena ni gloria por las carteleras de nuestro país, pero que para los melómanos irredentos como moi ha supuesto una auténtica delicia sonora y visual.

No les voy a destripar la historia, aunque se la pueden imaginar (o buscar por internet): mujer, siglo XVIII... El papel de las féminas entonces era casarse bien, parir hijos y cuidar de ellos y de su marido, padres, madres... Eso de ser creativo, de tener lógica, de poder gobernar su propio destino, era cosa única y exclusivamente de hombres. En el momento que la menarquia hacía acto de presencia, se jodió. ¿Ya puedes tener niños? Ya se te acabó el chollo de pavonearte por las calles como niña.

Nannerl, interpretada por Marie Férat, se viste con atuendos masculinos para poder tocar el violín ante el Delfín de Francia.
Nannerl como tantas y tantas otras mujeres (George Sand, Fernán Caballero, Hatshepsut -siempre vestida de faraón-, George Elliot, G. S. Aristophille, Juana de Arco, etcétera) se tuvo que hacer pasar por hombre para satisfacer su deseo (y el deseo del Delfín de Francia de entonces) por componer y ejecutar su propia música. Es este el gran acierto de la película porque, mientras los hombres se desdibujan en pequeñas pinceladas, las relaciones entre las mujeres, cautivas en su cuerpo y mente femeninas, entrelazan un mundo de apoyo y comprensión como pocos cineastas han conseguido plasmar (¿acaso en Thelma & Louis de R. Scott, en Volver de P. Almodóvar... ?).

En cuanto a la película, los planos parecen, a veces, cuadros de J. H. Fragonard. Ese regodeo fantasioso en la preciosidad del Rococó francés se podría considerar un ¿fallo? Pecar de esteta excesivo en cualquier ámbito de la creación humana te acaba por tildar de excéntrico... Puede ser que tú te sientas muy orgulloso con tu hijo, pero estés a la vez aburriendo al personal (realmente a mí no me parece un error, pero es que soy una esteta excesiva y recalcitrante: ¡los detalles, ay, me traen por el camino de la amargura!).

Pese a estar plagada de buenas interpretaciones el papel principal, soportado por Marie Féret, se queda en un raro catálogo de emociones tal vez excesivamente contenidas. Tal vez también porque la época así lo exigía. ¿Se imaginan a una mujer dando rienda suelta a sus sentimientos y sensaciones en épocas pretéritas? O tal vez porque el carácter de Nannerl fuera así en realidad...

Otra cosilla: dudo mucho que la familia Mozart, proviniendo de Salzburgo (Austria), hablaran entre ellos en francés, ¿no?

Si les gusta la Música, la estética rococó y los biopic, no se la pierdan.

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