Sigo dolorida.
No pude asistir al funeral de mi abuela. Nadie me avisó a tiempo y me enteré, vaya por dios, en medio de una boda dos días después. No pude despedirme de ella, no ya en su lecho de muerte, al cual no me hubiera podido acercar gracias a la injusta sentencia de un juez que no entendía de lazos que no fueran de sangre, no me pude despedir de ella, les digo, ni en el tanatorio.
Pero, ¿saben lo que me reconcome? Este año no pude enviarle un ramo de flores por su cumpleaños. Los veinticinco pavos que habría costado no los juntaba ni de coña. Además los que me rodean están en contra de mi vena masoquista al insistir en prolongar una relación que habían dejado de existir hacía seis años, así que decidieron no ayudarme en mi empresa. Una extraña sensación me hacía pensar que ese hubiera sido el último ramos de flores que le iba a enviar. Espero que no se haya ido al hoyo pensando que la había olvidado.
Ayer falleció una gran amiga.
Cal, ¿no dices que te gustan los cementerios? Pues, hale, ya tienes ración doble.
No la pude ver en mi última visita a Barcelona, no por tener la agenda más petada que nuestro inexistente presidente del gobierno, sino porque ya estaba muy malita. Todos sabíamos el triste final que se avecinaba, pero Átropos siempre te pilla por sorpresa, incluso cuando la llevas viendo desde hace tiempo con la tijera a punto de cortar la madeja de hilo que emula la vida de cada uno de nosotros.
Digo yo que ya estoy próxima a que me toque un euromillones, ¿no? ¿Quién coño dijo aquello de que las fuerzas se compensan? Mentira cochina.
No hago más que escribir. Creo que jamás he llenado tantas hojas (virtuales y de celulosa). Ah, sí, siendo una púber con ínfulas de escritora (¡quería escribir una novela ambientada en la Segunda Guerra Mundial, la virgen!) También trabajando como periodista, pero esto no cuenta, era un trabajo simplemente.
Dirán ustedes que genial. Pues no. ¿No han visto la cantidad de gilipolleces que vierto aquí? ¿Qué necesidad tengo de atormentarles con mis sandeces? Si tuvieran la posibilidad de asomarse a mi escritorio de blogger, se sorprenderían con la cantidad de tonterías que podría lanzarles de la misma manera que una metralleta dispara proyectiles.
Para colmo he retomado la malograda actividad de escribir ficción. Prepárense.
Cal, estás rompiendo la sacrosanta regla de no conectarte los fines de semana.
(Ay, qué pelma e hijaputa es a veces mi conciencia.)
Razón tenía Virginia Woolf diciendo aquello de que las mujeres teníamos que tener una habitación propia. Añado que a poder ser con cerrojo, aislada acústicamente y sin teléfono.
Necesito una farra de esas en las que no sabes ni como has llegado a casa o cómo has llegado a la casa de alguien/alguienes que no sabes ni quien son. Una desconexión total sin necesidad de acudir al halotano.
Me quedan apenas ochenta páginas para terminar La Montaña Mágica.
Paso de releer esta entrada para corregir redundancias, perífrasis demasiado rebuscadas y para borrar adjetivos que nada añaden a la narración. Espero sepan disculparme: tengo los muslitos de pollo con ajónjoli en el horno y no quiero que se me quemen.
Si han llegado hasta aquí, recuérdenme en nuestras posibles quedadas en carne y hueso, que les invite a unas cañas, incluso a cordero en el Asador de Aranda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario