Mi madre, una mujer que apenas sabía leer y escribir y no conocía más allá de las cuatro reglas matemáticas, fue capaz de sacar adelante una familia en la que la pensión de invalidez permanente de mi padre nos dejaba con un mes muy largo por delante una vez pagados los gastos de la casa
No puedo decir que a veces no me arrepienta de no haberles hecho caso. La vida no está siendo muy amable conmigo y cuando las cosas no salen, es fácil refugiarse en el y si.
El caso es que este finde estaba en casa de mis suegros con una de las pocas alegrías que me quedan (el sobrino de mi adorado tormento que también es mi sobrino, aunque, a efectos legales, es suyo) cuando alguien, no recuerdo si su padre o su madre, le preguntaron ¿qué quieres ser de mayor? Me hizo gracia que un niño tan pequeño ya tuviera vocación y miré con curiosidad a ver qué respuesta daba. No dio ninguna más allá del titubeo y fue su padre el que dijo ¡farmacéutico!, es decir, la profesión de la madre.
¡¿En serio?!
Sí, en serio. Alguien, ya que es el único y último de la estirpe de farmacéuticos de la familia, tendría que continuar con el negocio.
Con los años he aprendido a que es mejor guardar silencio en ciertas ocasiones (en la mayoría) y eso hice: no decir ni pío. Luego, una vez que recogimos la mesa, encendí este mi ordenador y mi sobrino y yo nos pusimos a pintar, a probar combinaciones de colores y opacidades de pinceles. Que disfrute al menos hasta que empiece a ser consciente de que la vida va en serio.

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