19/4/17

Desmontando la Semana Santa.

No sé por qué, de siempre, el tema de las dolorosas me ha fascinado. Cuando de chiquitinas en el colegio de monjas tocaba cantar en misa aquello de dolorosa de pie junto a la cruz, sentía un escalofrío especial recorriéndome la piel. Sin lugar a dudas era mi momento favorito de toda la parafernalia pascual católica.

La imagen del corazón cruzado con siete espadas, me dirán que no, es una maravilla a nivel iconográfico. Nada mejor que las mejillas arrasadas por las lágrimas de la Macarena sevillana, ataviada con sus mariquillas de verde esperanza. El buen rollo, para mí, no vende (que te den, Mr. Wonderful).

Así que, atea convencida como soy, he de reconocer que me flipa la Semana Santa y que de toda la vida he querido vivir desde dentro una grande, grande, tipo Sevilla, Valladolid, Málaga, Murcia, Cuenca... y este año he tenido la maravillosa oportunidad de estar en la de ¿digo o no la ciudad...? Diré que era la que más le gustaba a mi padre, devoto a muerte en vida del Nazareno.

Los fans de este tipo de eventos sabrán presumiblemente la ciudad en cuanto vean esta imagen (¡qué difícil es fotografiar una Semana Santa, con lo despacio que va todo!).
Después de la paliza procesiovacacional, no es cosa de maniaco-depresiva confesa que venga con sentimientos encontrados. Mi adorado no lo es y en algún momento pensó lo mismo que yo: que sí, que es chulísimo, que la primera vez que ves un pedazo de paso con cientos de humanos debajo intentando virar por una callejuela por la que costosamente se cruza con el carricoche de un bebé, no te queda más remedio que exclamar en alto un ¡oh! y casi, casi se te cae la lagrimilla de emoción porque no sabes cómo demonios eso se puede sostener, con palios, cajillos, candelabros, exornos florales y testeles varios bajo un sol de justicia...

Pero (¡que siempre tenga que haber un pero!) qué poco respetuosa es la gente, argh, qué poco. Y no me estoy refiriendo a los anti-católicos en exclusiva porque mucho devoto gritaba más durante el paso de una cofradía que los asistentes a conciertos de Rammstein (eso sin contar con algún que otro nazareno, que, más que penitencia per se parecía que se estuviese haciendo un reportaje molón ataviado con capirote y dalmática junto a sus amigos para el Instagram de turno).

Así que ese halo de misticismo, de espiritualidad y silencio roto únicamente por el martillear de los tambores y cornetas que esperaba encontrar, se me desvanecía por momentos. Por demasiados momentos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario