7/5/17

La oportunidad.

Ayer finalmente estuve todo el santo día por ahí. No toda la santa noche, lo cual me habría encantado, aunque, ea, no me voy a quejar: exposición, restaurante, tiendas de ropa, cine, una librería, hasta un supermercado (al fin y al cabo habría que cenar algo de regreso en la miniminasión).

Tengo una lista con cosas que me gustaría hacer antes de irme de Madrid. Aún no lo he contado explícitamente, pero me marcho de la capital del reino en un breve periodo de tiempo, cuando termine mi proyecto fin de grado, si todo va bien (o si todo va mal, quién sabe). De hecho ya estoy casi más allá que aquí. O no. ¡No sé! Esta circunstancia da para post propio, lo sé.

Decía que tengo un lista de cosas por hacer. Es una lista curiosa porque de cada una que tacho, nacen tres o cuatro nuevas, a modo de cabeza de Hidra. Ayer ejecuté una que llevaba diecisiete años queriendo ejecutar: ir a comer –a comer, no a cenar– a un restaurante que hace esquina, detrás de la Cámara Baja, con toldos blancos rotulados en Clarendon (una de mis tipos favs).

Nunca había entrado porque el restaurante en cuestión tiene aspecto de caro y han habido veces que no he tenido ni para el metro, así que como para ir a comer a un sitio de parné. El caso es que ayer, tras descubrir una carta excepcionalmente asequible, entramos. Sorprende ver un lugar de aspecto helvético regentado por orientales. No me malinterpreten, que a mí Oriente me empana (si son asiduos de este blog ya lo sabrán), es que aún me cuesta comer un, por ejemplo, cocido madrileño salido de fogones chinos y admitir que está igual de bueno que si lo hubiera cocinado cualquier doña. Se me hace, por no decir rara, peculiar la circunstancia.

Poco antes habíamos salido de la Fundación Ico dialéctica mediante porque no quería comprarme un catálogo de una exposición de hace un par de años que me encantó y que, entonces por no tener dinero y ahora por no tener espíritu afanoso, no compré. Sé que los catálogos se agotan y no suelen reimprimirse, pero no me apetecía.

El caso es que comiendo en el restaurante en cuestión, escuchando el aleatorio –anuncios inclusive– de Spotify de los grandes éxitos de Quique Iglesias después de que se les colara Cumpleaños Total de Los Planetas para una celebración que estaba teniendo lugar en un comedor más recoleto (¡grandioso momento para contar a los nietos que nunca tendré!), nos picó la curiosidad de saber cuánto llevaba ese local abierto al público. "Seis meses" nos dijo el amable camarero.

Al terminar, mientras mi adorado dirimía dónde pasar el día de la madre telefoneando a su familia (a veces se echa de menos lo de tener familia, oigan), me escapé a la Ico para hacerme con mi catálogo, no fuera a ser que...

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