6/5/17

Piloto automático.

Desde que vivo en este régimen de semi soledad me cuesta menos acoplarme a la rutina. Confieso que me gusta la rutina, ir, más o menos, en piloto automático, saber qué es lo que hay que hacer en cada momento (hacerlo ya es otra cosa, sobre todo en los mediodías, que los llevo muy malamente).

Sin embargo hay días en los que me apetece no hacer lo que tengo que hacer. Por ejemplo: hoy. No tengo ganas de limpiar, ni de ir a la compra marujil, ni de cocinar, ni de depilarme, hacerme las uñas, alisarme el pelo o arreglarme. Ni siquiera tengo ganas de escoger la ropa o regar las plantas (aunque esto sé que es inevitable porque son seres vivos y no dependen de mis apetencias). 

Tampoco me apetece hacer lo que suelo hacer los sábados. Levantarme tarde (cuando el reloj marca una cifra de dos números), desayunar perezosamente en pijama, sentarme con el café aún templado en el sofá y leer, a veces libros interesantes, aunque la mayoría de veces chorradas internetiles, hasta que mi chaval se despereza (normalmente cuando el reloj vuelve a marcar una cifra de un único número). Entonces yo ya entro en modo hacer cosas según el plan (limpiar, recoger, cocinar, ducharme o vaguear entre mis apuntes para el proyecto fin de grado).

Pues hoy, como les iba diciendo, no me apetece hacer esto. Cogería el coche, si tuviera, y me iría, no sé, al Paular, que es una apuesta segura. O a ver la expo de la Hispanic Society (soy tan hooligan de Juan de Juni que SÉ que voy a saltarme las normas del Prado para hacer una foto de los preciosos relicarios que tienen allí expuestos), la de Manolo Prieto… No sé, incluso ir a mirar escaparates al centro, algo que ya hago tan poco que parece una novedad vital con tintes de aventura amazónica. 

Cualquier cosa que no sea limpiar, cocinar, estudiar o arreglarme mientras suenan las jugadas maestras de los partidos de esta semana pasada en la NBA.

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