8/8/22

He venido aquí a llorar

Lo confieso: estoy pasando una maternidad de mierda y me jode, consciente como soy de que estos años no van a volver ni creo (estoy segura) que haya más maternidades en mi vida. No tiene nada que ver con mi hija. Ella es maravillosa y me encanta que pasemos el rato juntas, aunque a veces me den ganas de tirarla por la ventana, al igual que me sucede con mucha gente con la que habitualmente trato, por otro lado.

Es mi vida la que está fallando a nivel... a nivel... a todos los niveles. Jamás antes me he sentido tan devastada y con tan poca capacidad de acción. No creo que se trate de depresión porque la he sufrido en otras ocasiones y ahora no es lo mismo. No creo que sea eso (pese a que haya días que uff). Porque hago cosas, me levanto, tengo ideas y proyectos en mente, quiero trabajar y, ostras, cada rato que puedo pasar a solas con un libro o una buena película o dando un paseo lo disfruto como una enana.

Creo que se trata de... ¿mi contexto, entonces? Pero, claro, yo ahí poco puedo hacer. Puedo ver dicho contexto desde otros puntos de vista. Poco más, ¿no?

Me siento muy sola, además de estarlo porque, ¿quién más hay a mi alrededor? Sí, está mi consorte —diréis—, pero él trabaja o está muy concentrado en lo que sea que se concentra. Y los que se hacen llamar familia —primos y tíos que criaron a ratos mis padres antes de que yo llegara—, no lo son, sobre todo en los malos momentos o, mejor dicho, en los momentos en que hay confrontación de opiniones. 

La única que revolotea de verdad en torno a mí es mi hija y me parte el alma que me vea como a veces me ve porque no me puedo esconder para llorar (¡no tengo dónde!) Se acerca a mí, con sus enormes ojos negros, y me pregunta «mami, ¿estás contenta? ¿no? ¿quieres un abraso?», así todo de seguido, y casi tengo que contener un nuevo mar de lágrimas al sentir que al menos un ser humano me pregunta porque poquito más, y nada menos, puede hacer ella, la pobrecilla. 

Me gustaría poder ofrecerle algo más a mi pobre hija, algo más que lloros, quiero decir. Poderle comprar una bicicleta, que me lleva pidiendo desde antes de que comenzara el verano, o una cocinita, que ahora le ha dado por prepararnos platillos imaginarios a la mínima de cambio. Leerle nuevos cuentos o vestirla con algún vestido nuevo, pero no puedo. Solo le puedo ofrecer mi tiempo y precisamente ofreciéndole lo único que puedo darle la estoy privando de que en su futuro su madre no sea una carga para ella porque, como siga así, no voy a tener ni dónde caerme muerta, por no decir que ese es mi presente.

Atada de pies y manos. Todo se está transformando en urgente e importante a la vez a cuenta de esta inacción que me asfixia. Sin tiempo para poder trabajar. Sin dinero para poder encontrar trabajo. Sin contactos. Sin apoyos verdaderos, genuinos, de las pocas personas que se suben a mi escenario vital. 

4 comentarios:

  1. Puf. Es fácil entenderte, pero no es tan fácil pensar en soluciones.
    En mi experiencia, la pater/maternidad es una mierda. Que no es que uno no quiera a sus hijos, o que no haya momentos memorables en la relación (fíjate que no digo crianza, porque creo que la crianza solo acabará el día que ellos tengan que cuidar de mí). Pero, puesto en una balanza, el desequilibrio es taaaan grande... El sufrimiento es mucho y las compensaciones son pocas. Tal vez yo soy un mal padre, pero creo que mi Baronesa es una buena madre. Y con los años ha pasado a compartir mi visión, o casi.
    De modo que, sobre todo cuando son pequeños, sabes que añorarás la ternura de la primera infancia pero al mismo tiempo deseas tener más tiempo para hacer cosas, estar menos cansado, tener un horizonte un poco más amplio. (¿Ser menos egoísta?)
    La presión es mucha, y el tiempo libre para llorar es poco.
    Dicho lo cual, no descartes algo de depresión. No endógena, sino reactiva. Que el cuerpo y la mente aguantan lo que pueden, pero cuando las circunstancias son malas, cuando el contacto con los que queremos es poco o insuficiente, las fuerzas se van agotando. Y somos muy adultos, muy valientes, muy entregados. Pero tenemos un límite, y a veces el cuerpo, el cerebro y el alma dicen basta.
    Un abrazo largo, Cal.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Madre mía, Neogurb! Solo puedo decirte un gracias enorme, gigantesco, porque me has escuchado sin juzgarme y sin ser paternalista, sin dar consejos de 0,60 (que dirían los Ojete Calor).

      Estoy de vacaciones. Pese a todo lo chungui que me está pasando (que parece que me ha mirado un tuerto), estoy pasándolo más o menos bien. Me he propuesto quererme más y querer menos a los demás y me esta yendo bien. Total, sola estoy, así que, para qué luchar.

      Un beso grandísimo.
      C.

      Eliminar
  2. Lo siento, tengo mucho de maternalista con los más jóvenes.
    Es cierto que se hace cuesta arriba y cuesta abajo.
    No recuerdo si tuve depresiones después de nacer las niñas; supongo que no tenía ni tiempo de pensar en tamaña tontería con dos bocas reclamando la comida, las cacas, las caricias. Sin ayuda y sin dinero, salvo lo justo
    Se llevan catorce meses, cuando nació la segunda la mayor no andaba. Siempre he dicho que empecé a disfrutar de ellas y un poquito de mí misma cuando tuvieron cuatro y tres años.
    Antes de cumplir los treinta, dijeron de tener otro y me negué, nunca tuve más deseo de tener otro bebé.
    Todo fue quedando atrás con el paso de los años hasta que llegó la adolescencia.
    Horror, horror...
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Una de mis psicólogas pensaba también que la depresión postparto es un invent. Mira, no sé… No tengo tanto conocimiento médico como para hacer esa afirmación. Sin embargo sí que sé lo que siento y, no sé si llamarlo depresión o tontería, pero lo estoy pasando mal, por decirlo de manera coloquial.

      Tener dos niños —niñas en tu caso— tan de seguido es de valientes. A mí me habría encantado tener tres hijos, por lo menos, pero tuve que cuidar de mis padres, que eran como niños pequeños, pero en vez de progresar, se iban yendo hacia abajo hasta morir. No se puede todo en la vida.

      La adolescencia a mí no me preocupa. ¿Debería…? Recuerdo la mía como una de las épocas más apasionantes y geniales de mi vida. Volvería a ella, con todas sus inseguridades y malas cosas, sin dudarlo un segundo. Lo peor vino después, a partir de los 23 y sobre todo de los 33.

      Beso grande, Luna.

      Eliminar