29/6/23

Club

Decía Groucho Marx que nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como él. Desconozco el contexto en el que espetó dicha sentencia, así que, aún con miedo de equivocarme, la frase carece de poco sentido más allá del chiste. Al ser humano, por norma general, le gusta asociarse. Eremitas, cuatro, y Marx no tenía pinta de ser uno de ellos.

En mi pueblo han resurgido con fuerza las peñas para las fiestas. Cuando era una enana había cuatro o cinco muy emblemáticas que fueron desapareciendo a cuenta de quejas de los bares y cierto desenfreno en las sedes de algunas de ellas. Durante muchos años no hubo peñas o solo algún tímido grupo de gente vestida de colorinchis los días de fiesta mayor.

Ayer, en la plaza y en la feria (que aquí llamamos barracas), en vísperas de San Pedro, se distinguían los diferentes grupos con facilidad. Al igual que antaño, padres e hijos se hermanaban por mor del atuendo escogido. Me preguntaba, viéndolos felices bailando con el soniquete que salía por los altavoces, a cuál de ellas me gustaría pertenecer. Con las mismas me vine para casa sola, con los diecisiete kilos de mi hija en brazos, que estaba muy cansada a cuenta de tantos inputs.

Recuerdo el colegio, lo que ahora sería primaria. Había un grupo de niñas que me encantaba. Quería estar dentro de ese grupo. Que me contaran sus cosas, escucharlas,  compartir algún secretillo, vestir como ellas, jugar con ellas, quedar con ellas, estar en el recreo con ellas… Pero cada vez que me acercaba solo recibía insultos y algunas veces la indiferencia (que no era mucho más cómoda que las vejaciones).

Solo hubo un momento en el que quisieron contar conmigo, por interés, vaya. A mí me encantaban (encantan) los coches. Conocía todos los modelos y, más allá de marcas y chasis, entendía de mecánica. Algo muy masculino. Y a ellas les empezaban a gustar los chicos, así que de algo tendrían que hablar con ellos. Les contaba modelos, motores, rallies (entonces más mainstream que la F1) de los que me figuro iban haciendo su lista mental para, llegado el momento, romper el hielo con algún muchacho.

En la adolescencia se me pasó la perra. Ellas fueron por su lado, el lado de las chicas guay del insti, y yo por el mío que no sabría definir porque había mucha gente —mucha más— en él. Había chicas no tan modernas e infinitud de chicos con sus cosas de chicos (coches, música y deportes, que a mí también me gustaban). Grupos de teatro, club de atletismo, clases extra de mates y física, el fanzine... Fue de las mejores etapas de mi vida. Así la recuerdo. La definición —mi definición— de lo que es el éxito. Y al margen de aquel grupo tan molón de niñas que nunca quisieron ser amigas mías.

Me gusta recordarlo cada vez que me siento rechazada porque, a pesar de haber pasado muchos años de aquello, todavía peco de querer pertenecer a ciertos clubes en los que no quieren contar con mi presencia, por lo que sea. Me llevo pequeños disgustos (a veces no tan pequeños), pero quiero creer que al doblar la esquina que marca la desazón, me encontraré un paisaje mucho mejor, más rico y luminoso.

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