7/8/23

A propósito del puerperio

El mío fue tremendo. Los primeros veinticinco días los pasé en el hospital, recuperándome de una preeclampsia que derivó en síndrome de Hellp con cesárea de urgencia y una bebé prematura que pesaba lo que un brik de leche. Eso sí, a las tres semanas, cuando me dieron el alta, salvo por la cicatriz, estaba de cara a la galería como que no hubiera engordado veintitantos kilos en treinta y dos semanas. Cuestión de genética, supongo, porque apenas me daba el tiempo para comer y el ejercicio, al margen de no tener ni un solo segundo libre ni de día ni de noche, lo tenía prohibido a cuenta de la cirugía.

Fuera del hospital la cosa tampoco mejoró demasiado. El tema se desmandó de tal forma que en mi primera Nochevieja como madre acabé renunciando a un ingreso hospitalario porque no disponían de atención perinatal. Me comí una situación sanitaria bastante chunga yo sola, al lado de mi bebé de apenas tres meses. Eso sí, en las fotos familiares navideñas las dos estábamos estupendas y recuperadísimas.

Son cosas de las que no se habla demasiado: tener hijos. Das a luz, vas a casa y hale, a dejarse llevar por el instinto, ¿no? Pues no es cuestión de instinto, no. Las clases de preparación al parto deberían sustituirse por otras de asunción de la cuarentena y la m/paternidad, para ambos progenitores, pienso. 

Por eso me gusta que las mujeres (y los hombres) hablen abiertamente de sus experiencias, ya sean buenas o malas, porque por fin se empieza a poner el foco en algo que permanecía oculto, casi seguro que por ser algo íntimamente femenino, y ya sabemos que lo femenino es de segunda, sin importancia ni épica. Cuando estas narraciones de lo cotidiano vienen además de mujeres (y hombres) con cierto predicamento social, me parece aún más importante. 

Sí, estoy hablando de Pedroche. Su experiencia es suya, personal e intransferible y desde luego no extrapolable al común de las mortales porque su vida no es ni de lejos cercana a la parte media de la campana de Gauss. Quien quiera compararse con ella es libre de hacerlo, pero o perteneces a su mundo o, en fin, te vas a sentir agraviada casi con seguridad.

Así que asisto con pasmo a la corriente de odio que han generado sus publicaciones. Yo te lo agradezco, Cristina, porque ya estamos un poco cansadas de maternidades almibaradas con bebés sonrosados dormidos plácidamente. Tú estás contando otra cosa, estás contando tu experiencia y es tan válida e importante como la de cualquier mujer, Cristina, la tuya desde un puesto de privilegio. Disfrútalo todo lo que puedas, porque es algo irrepetible, aunque tengas más hijos.

Esos comentarios despectivos, llenos de hiel, lo único que hacen es reafirmar el viejo estereotipo de que las mujeres somos unas brujas con otras mujeres y yo no voy a enredarme en eso. Ni de coña.

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