17/8/18

Pisar el acelerador a tope. O frenar en seco.

Si pensaban que un cambio de escenario me iba a librar de mi complicada química cerebral, se equivocaban (es decir, me equivocaba).

Todo empezó hace poco más de un año cuando, sea por lo que fuere, me veía incapaz de terminar el PFG ya casi en última convocatoria. Acudí a una profesional para que me ayudara a sacar adelante el tema. Me parecía terrible haberme dejado los cuernos varios años en un grado (que entre otros motivos comencé para reengancharme al mundo profesional) y no iba a obtener el título (que a efectos prácticos sólo vale en el ámbito de la empresa pública), habiendo sido la mejor de la promoción, porque no pudiera dar puntilla al maldito proyecto (aunque ¿cuánta gente hay por ahí válida que no consiguió sacarse tal o cual asignatura?).

Durante aquellas sesiones entre pinceles y calendarios con fechas de entrega, la terapeuta y yo abrimos mi caja de los truenos alguna que otra vez. Seguramente se abrió sola porque nunca he conseguido cerrarla del todo desde el ya lejano 2008. El día que Ana -así se llamaba mi coach- me dio el alta, dejó caer que siguiera con la terapia allá donde fuera.

Todo esta introducción sirve para contar que mi nueva almohada, aquí en la casa de la playa, me pega mucha caña. Me pone unos deberes que yo, sumisa como papá y mamá y el colegio de monjas me enseñaron ser, trato de cumplir escrupulosamente.

Uno de los últimos ha sido redactar de nuevo mi currículum. Claro que un currículum para puestos creativos no es igual que un currículum para puestos administrativos y la tarea en cuestión me ha obligado a hacer algo que quizá llevo postergando demasiado tiempo: revisar todos y cada uno de los proyectos de diseño en los que he participado desde el inicio de mi vida laboral, poco después de que confirmáramos que el Efecto 2000 no fue un cataclismo de alcance planetario.

Pues estoy hecha papilla por tal cosa y la razón es bien simple: poco se puede salvar de la quema del terabyte que atesoro con el nombre de W. Casi todo me parece de una mediocridad supina. Trabajos insulsos, pasados de moda, exigencias de clientes sin pizca de condescendencia, chorradas, mierda.

Después de semejante berrinche estoy tratando de ponerme en modo positivo, ver qué puede ser susceptible de ser mostrado y aferrarme a ello como que no hubiera un mañana. Pero, lo haga o no, no puedo dejar de preguntarme cuándo será mejor tirar la toalla que seguir ciega en este empeño.  Cuándo se sabe que no se puede hacer más de lo hecho ya. Cuándo hay que desistir de la terquedad.

2 comentarios:

  1. Lo de la mediocridad tal vez deberían juzgarlo otros. A mí mismo me pasa que cosas que hice hace un montón y que llevan funcionando años y años, no resisten mi mirada crítica ni unos segundos. Sin embargo, sus usuarios están encantados. Tendemos a ser nuestros peores críticos.

    Cómo me gusta leerte, siempre :-)

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  2. ¡Neo! Qué ilusión me hacen tus comentarios, verte por aquí :-D

    Totalmente de acuerdo contigo en lo de somos nuestros peores críticos o al menos los más duros. Y no tanto en lo de que el mejor juicio venga del exterior. Depende de qué "tipo" de exterior, si es cualificado o no... No sólo es cuestion de gusto. A mí no me gusta (mucho) Brahms, lo cual no quiere decir que no fuera un grandioso compositor.

    Largo de escribir con un móvil entre las manos (estoy de vacaciones). Pero se me entiende, ¿no? ;-)

    ¡Un besazo grande!
    C.

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